viernes, 4 de julio de 2008

Sin respirar

Era simplemente una apuesta. Se jugaban un par de billetes, que la verdad no importaban demasiado. Lo que buscaban era un sitio que les perteneciera. Hugo y Carlos , unos chavales de 11 años, estaban frente a ese precipicio, mirando hacia el frente, mirando las nubes, el cielo azul y el sol, flotando ahí arriba, quemándose y quemándolo todo.

En la piscina de los apartamentos, sus padres estaban untándose crema, bebiendo cerveza y comiendo aceitunas. Se habían pasado la mañana quemándose las espaldas y hablando del trabajo y otras mierdas. Se untaban crema mutuamente mientras largaban toda esa mierda. Todos llevaban gafas de sol, estaban rojos y sudaban. ¿No ves que estas borracha mamá? Mientras, Hugo y Carlos se hundían en la piscina, jugaban a aguantar lo más posible debajo el agua. Descubrieron que podían aguantar bastante, Carlos podía un poco más. Se hundían y se miraban desafiándose, a los ojos, a ver quién tenía más resistencia. Arriba, el olor de todas las paellas de todos los vecinos estaba destrozando la capa de ozono. Abajo no había ruido, no se olía nada, solamente estaban ellos dos. No había padres ni madres, ni hermanos ni hermanas. Ni chiringuitos ni vecinos ni bicis ni cuerpos quemados ni castigos ni horas de ir a comer o cenar. Todo era bello, ni grietas, ni suciedad ni basura ni peste, ni esa peste de comida que estaba siempre por todas partes. Esos tipos de fuera se pasaban el día comiendo paellas. Sólo comían, no se prestaban atención los unos a los otros, se quemaban y comían con ese puto olor. Debajo el agua podían estar tranquilos. Podían enseñarse los rabos sin que les dijeran maricas, podían investigar los cuerpos que tenían sin vergüenza. Carlos fue el primero en sacarse la polla. Hugo le siguió y ambos se quedaron con los bañadores en las rodillas, dejando flotar sus pequeños penes en el agua. Se abrazaron, apenas se conocían pero se abrazaron y sabían que no tenían nada que temer. Entonces ellos vinieron, llenando el fondo de burbujas y removiéndolo todo. Se tiraron al agua con sus cuerpos aceitosos y peludos, su peste de comida, las tetas enormes y caídas de ellas, con ese pelo teñido apestoso y sus bañadores baratos. Ellos guardaron sus pollas y se fueron a buscar las toallas. Se cubrieron con ellas, se secaron. Observaron a toda esa gente en la piscina, removiéndolo todo y descuartizando la calma. Ya no les apetecía volver a ese sitio.

Frente al precipicio sabían que si se lanzaban, esta vez esos tipos no les podrían seguir y joder la tranquilidad. Se miraron, se abrazaron y se tiraron a la vez.

-¿Qué te parece el verano?
-No me gusta.
-A mi me gusta más que el colegio.
-Tampoco me gusta el colegio.
-¿Hay algún sitio que te guste?
-¿Has probado alguna vez a ver cuánto aguantas debajo el agua? Sin respirar.

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